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Deuda con la sociedad

“El peso de la nueva economía es más ligero, literalmente hablando, a lo que era antes. Ya que nadie anticipó que los conceptos y las ideas iban a substituir los recursos físicos y el esfuerzo humano en la producción de bienes y servicios”.

Con estas palabras, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de EE.UU., hizo un reconocimiento a una nueva economía durante un discurso en la ciudad de Dallas.

Para muchos, esta nueva economía postindustrial es la economía del conocimiento, que descansa en nuevas tecnologías, la globalización, y nuevas generaciones de personas integrándose a los lugares de trabajo. En esta economía, se enfatizan los activos intangibles, tales como las relaciones, los conocimientos, el capital humano y las marcas registradas.

Hoy, las compañías rompen con los  paradigmas existentes, creando nuevos modelos y reconociendo el cambio como la única constante. Además, hay un énfasis en el reconocimiento del capital intelectual, el valor del conocimiento, la experiencia y la capacidad creativa e innovadora del recurso humano, tanto en las organizaciones como en la sociedad.

Se resalta la importancia del capital humano nuestras organizaciones, destacando la integración de las capacidades y destrezas con el crecimiento espiritual de los individuos, demandando líderes más humanistas y con alto sentido de sensibilidad.

Hoy somos testigos de nuevos enfoques, orientados a transformar los lugares de trabajo, dirigidos a proveer mayor amplitud en las áreas  de trabajo, más conocimiento y beneficios en línea con la contribución. Estamos orientados a crear organizaciones que aprenden de sus errores, integrando la fuerza laboral en equipos autodirigidos que trabajan bajo el concepto de células de trabajo.

Problemas de equipo

El concepto de equipos, aunque generalizado, confronta en la práctica serios problemas de implementación. En parte debido a que aunque reconocemos la realidad de una economía del conocimiento, seguimos implementando los cambios bajo las premisas de lo que Kenichi Ohmae llama “El Continente Visible”, el mundo actual de hacer negocios donde el valor de las compañías se define en términos de su valor presente, regido por paradigmas convencionales.

Desgraciadamente, al diseñar los equipos de trabajo, sólo consideramos las destrezas complementarias, los adiestramientos cruzados e instrumentos de motivación que no van a la par con las demandas de la fuerza laboral de hoy. Nos conformamos con equipos sin cohesión y que no pueden lograr la optimización que se persigue.

No consideramos la definición y el compromiso de las relaciones entre los diferentes miembros de los equipos de trabajo, ignorando que la clave de un buen equipo reside en el respeto mutuo, y en cómo las diferentes relaciones que demandan los objetivos comunes se administran y se logran.

Por tanto, el lograr la cohesión entre los miembros de los equipos y el compromiso de las relaciones entre sus miembros no es fácil. Es necesario que haya confianza mutua entre todos los componentes del equipo. Debemos reconocer que somos tímidos al enfrentarnos a los problemas sociales de nuestro ambiente externo, y a menos que los empresarios reconozcamos la necesidad de participar en la formación del capital social, será imposible competir en esta nueva economía.

El capital social como ventaja

El capital social no es un concepto de nuevo cuño, sea utilizado por Lyda Judson Hanifan en el 1916 para describir los centros comunitarios de las escuelas rurales, y por Jane Jacobs en su obra “The Death and Life of Great American Cities”.

Existen varios pensadores que discute el término, uno de ellos Francis Fukuyama, en su libro “La Gran Rotura, la Naturaleza Humana y la Reconstrucción del Orden Social”, define el término como “un conjunto de  normas y valores compartidos por los grupos que esperan un comportamiento de cooperación entre ellos mismos. La consumación de intercambios honestos y confiables proporcionará la confianza entre unos y otros. Esta confianza será el lubricante de grupos, organizaciones y la sociedad civil”.

Robert Putman, en su libro “Bowling Alone, The Collapse and Revival of American Community”, lo define como “la conexión de los individuos en redes y normas sociales de reciprocidad y confianza que surgen de las relaciones entre los mismos”.

El tema de capital social adquiere una importancia cardinal dentro del tema de la administración del comportamiento, complicándose su comprensión por la ausencia de medidas que nos permitan cuantificarlo. A pesar de esto su contribución a la productividad de las empresas permanece incuestionable.

Desafortunadamente, los principales indicadores son negativos, por ejemplo: la criminalidad, niños sin padre, reducción de las oportunidades educativas, los resultados de la educación, los divorcios, la corrupción, la apatía por asumir responsabilidades por el bien común, y la ruptura de los vínculos familiares.

Hoy, en el mundo y en Puerto Rico, el orden social está trastocado. Sobre todo, por los fallos de los últimos gobiernos en proveer un modelo racional y digno para nuestros tiempos, que rompen lo que Max Weber denominó “burocracia racional”, que es la esencia misma de la vida moderna.

La sociedad del conocimiento no puede organizar los individuos, ejerciendo la autoridad mediante normas formales y burocráticas. Por el contrario, la descentralización de la autoridad se impone, confiando en la capacidad de las personas en autoorganizarse. Esto será imposible sin la existencia de normas formales e informales que propician el respeto mutuo, la confianza entre los miembros de la sociedad civil y las comunidades de negocios.

El capital intelectual no puedo optimizarse sin el capital social, convirtiéndose en un alma competitiva de gran injerencia para los admiradores del presente. Hoy, la clave es preguntarnos… ¿debemos los empresarios participar en asuntos que aparentemente están fuera del ámbito de sus organizaciones? La respuesta es afirmativa, como una respuesta a la relación simbiótica entre el capital intelectual y el capital social.

Los empresarios debemos adoptar un papel protagónico de liderato en aumentar los activos del capital social, no podemos limitarnos con el adiestramiento técnico de nuestros empleados. Debemos prepararlos para ser mejores ciudadanos, líderes de familias, capaces de votar con conciencia y no permitir el engaño de las campañas políticas, ausentes de profundidad e irresponsables en términos de promesas.

Los empresarios deben contribuir a la educación de las generaciones que mañana será nuestra familia y comunidad empresarial. Hoy más que nada necesitamos una sociedad civil dotada del valor que hoy el presente demanda, con la capacidad de poder soñar y contribuir a la edificación de estos sueños.

Me atrevo a decir que aquellos países que logren incrementar su capital social serán los líderes del mañana.

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